miércoles, 23 de octubre de 2019
Sobre el Feminismo y otras frivolidades
Sentados frente a sendas tazas de infusión de toronjil y limón sin azúcar y muy calientes, un querido amigo y yo observábamos la lluvia en el patio del guayabo. Él es uno de tantos hombres que crecieron en un hogar roto por el divorcio, más sin embargo, fueron debidamente amados por su madre, en este caso específico, ya se encuentra separada de su cuerpo físico hace muchos años. Conversábamos acerca del escabroso tema del feminismo; el, lo abordo con desdén, con un poco de sorna, como se aborda un tema trasnochado, mientras esbozaba en el rostro una expresión de aburrimiento, previa a cualquier observación o reflexión que yo pudiera expresar; comprensiblemente prejuiciado por la estéril confrontación dialéctica entre géneros en las que ha venido participando, más por costumbre que por verdadero interés; sin embargo intenta siempre evadir ese eterno debate sobre el mezquino tratamiento a los derechos, la tendencia al abuso y la traición, el abandono y menosprecio las cuales aun laceran profunda y cruelmente la autoestima de la mujer latinoamericana.
La sola mención del tema evoca una fusión de estilo musical y lírico entre las rancheras mejicanas, compuestas en los años 40 y un ballenato mil veces radiado,de muy dudoso origen cultural. La mujer, eternamente victimizada por el monstruo que se erige dueño de todo y de todos, la autoridad inapelable casi a la altura del Dios del cristianismo. El hombre envestido por el poder que le otorgo su propio padre, su madre, la religión, en fin, la sociedad que lo acuno y moldeo a su imagen y semejanza, hace de la “madre de sus hijos” un deposito de miserias y frustraciones. Le mantiene callada, absolutamente subordinada a riesgo de ser objeto de males menores como bofetadas, patadas y gritos en presencia de sus hijos y de quien sea… mejor aún, si se trata de otros hombres quienes, al igual que él, solo pueden ver sustentada su autoridad a través de un contínuo abuso producto de la ignorancia. Con un poco de suerte y sentido común este mismo personaje se encuentra luego en el rol del pobre niño herido, rumiando sus pesares de soledad abrazado a una botella de alcohol barato mientras llora sobre el busto de una puta más barata aun, la cual también ha experimentado los mismos pesares que las otras mujeres. Ese hombre que encontró la casa vacía un día, sin mujer ni hijos, porque, ¡coño! huyeron cansados de tanto acumular cicatrices en el cuerpo y en el alma, sufrirá por unos días, quizá unos meses, antes de someter a otra víctima desprevenida o quizá no tan desprevenida.
Convenientemente desanimado por el rumbo que había tomado la conversación mi compañero de tertulia me interrumpe para hacer la siguiente pregunta: ¿Mientras estas historias dramáticas transcurren y se apilan unas sobre otras, que sucede en los hogares donde la mujer ha sido motivada para formarse, apoyada, amada, acompañada en cada sendero tomado en los primeros años de su vida por sus seres mas queridos y quienes más la aprecian? ¿Por qué aun ahí, en esos espacios persiste el machismo?
Vemos que existen millones de formas mediante las cuales las madres, hermanas y compañeras reforzamos el machismo cada día, en cada detalle de la vida cotidiana. Desde que el sol nace hasta que se oculta recibimos y emitimos violentos y sutiles mensajes que nos conducen a la auto anulación y auto sometimiento, a la autonegación. Nos referimos a ese interaccionismo simbólico que se establece a partir de una dinámica enfermiza que ha llevado a la mujer a convertirse en “varonesa”, llamadas también “mujeres cuota” por la ferviente militante feminista y escritora Adrienne Rich, quien desarrolla todo un estudio acerca de la forma en la cual las mujeres se “canibalizan” entre sí, traicionando al más natural instinto de sororidad, debido a su desesperación por ser tomadas en cuenta para ejercer los roles creados por y para los varones, reproduciendo con sus acciones y palabras todo lo masculino, convirtiéndose en una caricatura que nunca será ni una cosa ni la otra. Un alto precio que pagar para ser, al menos, tolerada en los círculos políticos, religiosos, culturales, tan anhelados, los cuales le han sido tan amargamente negados.
La mujer, mil veces bendecida con la magnifico don de la maternidad, naturalmente poseedora de atributos especiales para la creación, preservación y fortalecimiento, no solo de la especie, sino aún más allá, de la cultura humana; decide renunciar a esta noble tarea justificándose en un derecho a la autorrealización. Alguien, seguramente un hombre o alguna matriarca bien colonizada por la visión masculina de sus ancestros, estableció que la autonomía femenina solo es posible si se logra estar lo suficientemente distanciada de la procreación y de cualquiera de los roles relacionados con esta. Satanizando a la ternura enajenando a las jóvenes desde la pre adolescencia, planteándole solo dos alternativas: “parir como acures” y por lo tanto, comprometer todo su futuro en la crianza de los hijos, descuidada en su educación y en su imagen física, o emprender una carrera universitaria, viajar, ganar dinero, “triunfar” para convertirse en un símbolo de libertad, envidiada por todas, y si es posible por todos.
Vale la pena reflexionar respecto a que algunas mujeres solo se encuentran en el proceso de convertirse en tales después de atravesar el muy mítico túnel del duelo de la doncella, es decir, más allá de la cuarentena post parto y el encuentro con la plena consciencia de haber sido capaz de engendrar vida. No es el hombre, ni es el matrimonio, tampoco otros estamentos laicos o religiosos quienes avalan este “superpoder” que es tan profundamente femenino.
Surge entonces una nueva interrogante: ¿Y no es sino a través de la posibilidad de replantear la formación de las nuevas generaciones de hombres y mujeres que podría lograrse erradicar esta y cualquier clase de relaciones desiguales, relaciones esencialmente injustas impuestas por las élites dominantes?
La verdad, la más dolorosa y prístina verdad, es que más allá del deseo alojado en la mente egotica del hombre de ser dueño absoluto de todo lo que existe, de controlar la naturaleza en toda su totalidad, sus propias creaciones y a todo ser que este a su alcance; más allá de su deseo de poder decidir quien vive y quien muere y cuando tendrá fin la historia de la humanidad, nos encontramos, oculto en las sombras o expuesto a plena luz, con el intenso deseo de la mujer de ser poseída y sometida a través de una falsa ilusión de importancia. Mientras esta sea la constante, muy fácilmente verificable (tan solo echando mano a referencias bibliográficas y audiovisuales disponibles y participar en uno que otro foro sobre el tema) no habrá esperanza para ese amplio sector de la población mundial femenina que no logra trascender del debate feminista, o más bien hembrista, hacia una verdadera y plena transformación y emancipación del Ser.En resumidas cuentas, es esta última realidad, la que actualmente sostiene al patriarcado.
Mi amigo se mostró más interesado luego de estas primeras conclusiones sobre el tema, sintiéndose todo un feminista, para su propia sorpresa.
Sonia Jaramillo 19-10-2019
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